En los últimos días en la industria fintech se ha hablado bastante sobre la regulación del sector. El gremio Colombia Fintech realizó un panel de discusión en el marco de Colombia 4.0 donde se indagó sobre esa necesidad, con representantes de los principales bufetes de abogados (por cierto todos esos representantes eran millennials). Así mismo, Anif dedicó su comentario del día a las fintech hace unos días, señalando que el bajo dinamismo del crowdfunding en Colombia “parece obedecer a la ausencia de regulación apropiada”. Y finalmente, fue noticia que un grupo de fintechs en Europa expresó su preocupación por el futuro de la Directiva PSD2 sobre sus modelos de negocio, donde al parecer los bancos quieren mantener la cancha a su favor.
Con ese panorama, la pregunta es si una ley fintech es necesaria, y en caso afirmativo ¿para quién? Las leyes no suelen ser un resultado de reflexiones sensatas de los legisladores sobre el mejor interés general, sino más bien una versión imperfecta de un conjunto de intereses en juego. Esa es la realidad. Por lo mismo, la pregunta de fondo es si una ley fintech pretende proteger los intereses de las entidades financieras tradicionales (el status quo) o si pretende proteger los intereses de las fintech. Con seguridad el Gobierno dirá que ni lo uno ni lo otro, sino que más bien busca proteger el interés general. Y está bien, e incluso realmente ese es el propósito. Pero el diablo está en los detalles, y es allí donde el sector fintech debe tener toda su atención. Es allí donde está el juego de fondo. Miren lo que ha pasado, o lo que no ha pasado con la regulación del transporte a favor o en contra de las plataformas, a favor o en contra del status quo. Lo mismo va a pasar con las fintech.
Y tampoco es fácil para el regulador. Cuando se trata de innovación, los mayores disruptores siempre desafían el modelo de negocios tradicional ofreciendo una alternativa lo suficientemente distinta para que los actores disrumpidos no vean la amenza naciente. Y cuando se trata de industrias reguladas, esa regulación generalmente se ha hecho por el regulador teniendo en consideración los modelos de negocio de los actores tradicionales, quienes son los que han generado los problemas que llevan a que los reguladores actúen; en efecto, es el mal comportamiento de los agentes lo que motiva a que las autoridades deban salir a proteger ese interés general. Por eso es tan difícil que los reguladores, ajenos al mundo de la tecnología disruptiva, puedan o deseen “ver” los nuevos modelos de negocio bajo una óptica distinta o como una alternativa válida o legal. Y ese es el reto de las fintech, lograr convencer de que el camino propuesto es igual o más seguro que el ofrecido por el status quo.
Y es que el sector de las fintech abarca una serie de segmentos o “verticales” bastante importantes para toda la economía: préstamos entre personas (peer-to-peer lending), crowdfunding, remesas, pagos, monedas digitales, finanzas personales y gestión de patrimonios (incluyendo los robo-advisors); pero también las start-ups que proveen soluciones tecnológicas a la industria de servicios financieros; muchos de los negocios de “regtech” que ofrecen soluciones a las necesidades de cumplimiento regulatorio y de reporte a la industria financiera; los negocios de “insurtech” que proveen productos de seguros o soluciones de software para la industria de seguros; y finalmente, y no menos importante, todos los negocios que están desarrollando las compañías que ven en el blockchain (distributed ledger technology) el futuro de los mercados financieros. Así que el impacto de una ley fintech abarca un espectro bastante grande de intereses en juego, muchos de los cuales son muy disímiles: algunos buscan la alianza con las entidades financieras, otras buscan “el almuerzo” de las entidades financieras y otras más radicales, sencillamente un cambio estructural incluso con el fin del dinero y de los bancos centrales.
En ese juego de poder el pulso entre el status quo y los desafiantes es desproporcionado. Recordemos por ejemplo que las entidades americanas gastaron la nada despreciable cifra de us$500 millones de dólares en lobby para que Dodd-Frank les permitiera mantener gran parte de sus negocios bajo el status quo. Esa es una lucha de pesos pesados realmente.
Ahora que el sector fintech captó la atención del mundo, en muchos países de la región se empieza a hablar entonces de la “necesidad” de una ley fintech. Y emprendedores, inversionistas, autoridades y naturalmente entidades, han expresado su interés general en regular esas actividades. El objetivo naturalmente es sano, pero el diablo está en los detalles, y es allí donde creo que está la clave de una ley fintech. ¿obligará el legislador a abrir las API a los bancos? ¿permitirá el screen scraping? Ese articulito tiene todo un trasfondo que marca la diferencia total entre si es pro- status quo o pro- fintech.
Lo que sí creo que es importante es comprender el efecto de uno u otro camino, y la razón por la cual esta vez el juego de largo plazo no se va a decidir localmente sino entre cuatro ciudades: Londres, Nueva York, Singapur y San Francisco. Allí es donde realmente se va a decir el norte de los mercados financieros en el largo plazo. Y lo que está en juego es el centro financiero mundial del futuro, con lo que mueve en términos de impuestos, fuentes de empleo y poder global. Por eso es casi que irrelevante lo que se diga en otras jurisdicciones, a pesar de que todos los mercados se van a afectar mucho más rápido debido a que los modelos de negocio de tecnología están basados en la escalabilidad casi que a cero costo, lo que significa que las entidades que se establezcan en uno de esos mercados, pronto llegarán al resto de mercados, sea directamente o vía copy-cats que más tarde serán adquiridos cuando la consolidación horizontal se empiece a dar en el sector. Eso va a pasar en algún momento.
Naturalmente ese juego de poder que existe a nivel global también tiene su round a nivel regional. Brasil por tamaño es un actor muy importante de la región, pero México, apalancado por su cercanía a Estados Unidos, ha desarrollado un ecosistema fintech más grande medido por el número de actores. Más atrás está Colombia, Argentina y Chile disputándose ese tercer lugar y en ese orden. Y aquí también está en juego el centro de poder regional. Si las autoridades reconocieran esa posibilidad, la competencia por expedir una regulación más pro- fintech sería la apuesta natural, de tal manera que la poderosa industria financiera del futuro pudiera desarrollarse en determinada jurisdicción. Veo a México con un entendimiento grande de esa oportunidad, y por lo mismo, creo que será el actor más importante de la región en ese sentido.
Reino Unido, Australia, Singapur, Abu Dhabi, Hong Kong, Tailandia, Indonesia, Japón, Canadá y Bahréin han establecido o anunciado el desarrollo de “sandboxes” regulatorios que le permiten al supervisor ver el desarrollo de modelos de negocio y tecnologías testeados bajo la supervisión de las autoridades antes de recibir una autorización o licencia completa; lo que les permite evaluar el nivel de regulación que requiere determinado modelo de negocios. En la región se propende por ese primer paso también. Y naturalmente es bueno e interesante.
Pero el diablo está en los detalles, veo bastante poco probable que las entidades financieras permitan que haya un competidor que tome cierto vuelo con una propuesta disruptiva aún bajo la lupa de un sandbox. Lo van a aplastar, de una u otra forma lo van a querer hacer.